Cada atardecer espera el ángel caer las sombras, sentado en la cornisa quieto, callado. Tiemblan sus alas de celeste emoción ante el último rayo de sol y se despliegan imponentes, absolutas. Se incorpora y poco a poco toda la luz se queda solo en él. En la penumbra lo veo brillar, blanco, incandescente, puro. Me pregunto si solo yo lo veo, o si ni siquiera yo y es pura ilusión que me domina. Las respuestas que no llegan no me importan, sin la magia yo no concibo mis días. Así cada tarde el ángel me ilumina y con sus alas translúcidas, indescriptiblente etéreas, me protege.